¡Hola! Qué alegría me da saludarte. No sé hace cuánto recibes estas cartas, si te llegan hace un mes o si tienes varias guardadas en tu correo. Para mí esta es la número doce. Y yo sigo sin creer que ya sean doce.
Estoy sentada en la mesa del comedor, descalza, sin bañarme. Son las seis de la mañana y estoy despierta desde las cuatro. Es sábado, pero cuando leas esto será domingo.
Me propuse escribirte con calma. Me propuse que esta carta la haría de un tirón y que trataría de disfrutarme cada palabra.
Pareciera que el presente va con prisa porque no dura mucho. Pareciera que la calma está reservada para un futuro con pensión, para un retiro a los ochenta. A mí me faltan más años, porque todavía no cotizo. A este paso, quién sabe si algún día me retire. De hecho, no sé si alguien alguna vez se retira. He visto abuelos que no saben qué hacer cuando les llega el receso forzoso, que esperaron toda su vida por ese momento en el que ya no trabajarían más y cuando eso pasa ya están viejos, arrugados, cansados y no saben qué hacer con tanto tiempo libre.
Tuve que hacer una pausa para prepararle el desayuno a mi hermano que entra a trabajar a las siete (¿casualidad?), y voy a aprovechar para hacerme un té chai. Si quieres, también puedes acompañarme con tu bebida caliente favorita.
Ahora, con chai en mano, te cuento que antes de la interrupción recordé un libro de Mario Benedetti que se llama La tregua y un mini cuaderno en el que hace muchos años, quizás nueve o diez, tomé algunos apuntes.
“A veces pienso qué haré cuando toda mi vida sea domingo”.
Mario Benedetti, La tregua.
“El insomnio es la peste de mis fines de semana. Cuando me jubile, ¿no dormiré nunca?”.
Mario Benedetti, La tregua.
No me atrevo a recomendarlo porque, aquí entre nos, no recuerdo mucho o casi nada de la historia. Cuando pensé en la novela dije, ah, sí, la del tipo este, el jubilado. Luego me acordé que era de Benedetti. De Santomé, el protagonista, cero. Eliminado del disco duro. Tendría que volver a leerlo para refrescar mi memoria y para descubrir si aún me gusta. Tal vez ya no. No lo sé. Lo que mi cerebro neurodivergente intenta decirte es que él y yo no queremos esperar más para tomarnos un descanso. Y que de eso va esta carta.
Si a ti también te cuesta retener información, te lo voy a poner fácil. No importa si no recuerdas nada más cuando llegues al final. Tan solo asegúrate de quedarte con esto:
Elimina la prisa de tu vida.
Elimina la prisa de tu vida.
Elimina la prisa de tu vida.
Ese es el nombre en español del libro de John Mark Comer, The ruthless elimination of hurry. Lo terminé este mes y no soy la misma desde entonces.
You must ruthlessly eliminate hurry from your life.
Debes eliminar sin piedad las prisas de tu vida.
Seas o no seas cristiano, te recomiendo que le des una oportunidad.
Al principio te dije que me había propuesto escribirte con calma. Pues qué crees, esta carta ha sido la más interrumpida de todas. Ya son las siete de la noche y sigo aquí, eso sí, limpiecita porque ya me bañé. Así que este es el mejor momento para aplicar el principio de vida que te compartí en la mañana y de utilizar la misma estrategia que uso con mi problema de memoria: ver a mi debilidad como una oportunidad. Una de las frases que subrayé en el libro lo expresa de una forma bellísima:
Encontramos la voluntad de Dios para nuestras vidas en nuestras limitaciones.
Estoy aprendiendo que hay que hacer lo que uno puede con lo que tiene disponible en el momento, y esto es lo que hay. Que aunque esté cansada y aunque preferiría estar durmiendo ahora mismo (no te voy a mentir), debo recordar que estoy viviendo mi sueño y estar agradecida por eso. Agradecida contigo porque cuando empecé, como lo he mencionado otras veces, mis cartas solo le llegaban a tres gatos.
Casi un año después 52 personas las reciben y tú eres una de ellas. No puedo evitar sonreír cuando pienso en ti y que se me llene el corazón de gratitud.
Para mí esto nunca se ha tratado de un juego de números. Desde el primer día vi en Substack un espacio para compartir mi proceso con la fe de que al hacerlo, a alguien más pudiera servirle de algo. Al menos para distraerse un poco.
En algún momento traté de descubrir cuál era el mejor día para publicar, o la hora adecuada para hacerlo, y aunque cambié de horario y de día de la semana, no lo entendí y mucho menos la forma en la que funcionan esos desquiciados algoritmos. Ya no me preocupo por ellos, aunque confieso que los nervios después de dar clic en publicar no se han ido (no creo que se vayan nunca), y que me siento tentada a revisar cuántos de ustedes abrieron el correo al minuto siguiente de haberlo enviado.
Hace unos días, Jarhat Pacheco me regaló una frase a la que estoy aferrada: “Lo que sucede conviene”. Se parece mucho a esta otra: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. De la Biblia, por si acaso.
Tal vez por eso escriba un sábado y ya no más un domingo. Desde que decidí que honraría el domingo, que apartaría ese día para dedicarlo a Dios y al descanso. Es una forma de rebeldía, mi modo de decir ¡basta!, que no me falta nada. Lo único que necesito es dedicarme a disfrutar lo que ya tengo con Dios. Apagar el celular. Desconectarme de todo lo que me desconecta. Liberarme de la necesidad de hacer más, de conseguir más. Entender que mi vida es suficiente.
Parece que el mensaje que el mundo nos envía va en contravía de la verdad, del verdadero sentido de la vida. Te dice, como un entrenador despiadado: corre, corre, corre, que todos van deprisa, te estás quedando y no coges el ritmo. Corre, corre, corre, no importa que el lugar al que te dirijas te aparte de ti y de Dios. Corre, corre, corre, que si te detienes tal vez descubras que esta carrera es absurda y mentirosa y entonces ya no quieras ser como el resto y te rechacen por eso. Corre, corre, corre, que el éxito lo definimos por ti y tú no tienes derecho a replantearlo.
Este ritmo no es normal. El ritmo al que vamos no es normal, es una locura. Es enfermizo.
Y cuando uno desacelera, no solo descubre que se puede ir más lento, también que uno tiene un ritmo y que ese ritmo es único.
Y yo, por primera vez en mi vida, siento que estoy en el camino correcto y que, aunque a veces avanzo un paso y retrocedo cuatro, y aunque tropiezo con la misma piedra por distraída, por caer en el engaño, sigo derechito, sin perder de vista lo que es importante. ¿Cuesta caminar más lento? Sí. ¿Hay que hacer sacrificios? Sí. ¿Vale la pena? Toda la pena.
Haz que tu ambición sea llevar una vida tranquila. Mantener tu alma siempre en paz y tranquilidad. The ruthless elimination of hurry.
Regalitos de cuasianiversario:
Para que no te pase lo Santomé con el insomnio, te dejo una información valiosísima que me compartió un amigo, que cambiará tu vida y mejorará tu sueño. Pero antes, una pequeña encuesta de infomerciales: ¿eres de los que ponen la cabeza en la almohada, dan vueltas sin parar y se pasan la noche mirando al techo? (Todos conmigo): Sí señor. ¿Estás cansado de perder tiempo, energía y dinero en píldoras para dormir? Sí señor. ¿Quieres una solución natural y efectiva que regule tu higiene del sueño? Sí señor. Con ustedes, el foqueador tres mil (foquear en Colombia es quedarse dormido):
-Respiramos profundamente ocho veces y contamos mientras lo hacemos (inhalo, uno, exhalo). Luego pensamos en una palabra que comience con “a”. Repite las veces que sean necesarias (siempre una palabra que empiece con “a”). Lo importante es que te concentres en tus mejores amigas las respiraciones y que las escuches con atención.
-Si el anterior paso no funciona, recurre al infalible: piensa en palabras random, que no tengan absolutamente nada que ver la una con la otra, y hazlo hasta que ya no tengas que hacerlo más porque te dormiste. Ejemplo: dinosaurio, estornudo, pepinillo, anglosajón, interestelar.
Mi teoría es que cuando el cerebro se da cuenta de lo que estás haciendo, piensa, este se enloqueció, ya no me necesita, chao y se va. Comprobado científicamente por mí. Me cuentas qué tal te va y siempre a la orden.La playlist más personal que he creado, con la música que escucho cuando paso tiempo con Dios. Vas a encontrar canciones de la vieja escuela, unas más recientes, otras en inglés. Ojalá puedas escucharlas, escoger las que te gusten y crear tu propia playlist. Y sobre todo, estar con Dios.
Me despido con un abrazo que dure. Te envío mi gratitud y mi cariño. Y recuerda, “calma, mi vida con calma, que nada hace falta”.
Con amor,
Silvi.